La mala suerte para mí es que soy su nueva asistente. Nada de lo que hago está bien para él. Cuanto más intento complacerlo, más me ignora. Así que empiezo a preguntarme si de verdad hay un corazón dentro de ese espléndido cuerpo alto, duro y bien definido.
Un día, después del trabajo, cuando estoy quejándome sobre él al camarero de un pub cercano a la oficina, ¿a que no adivinas quién está sentado detrás de mí y ha oído cada palabra, queja y murmullo?
Pero por la expresión de Andrew, no sé si me va a despedir... o a besar...